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jueves, 9 de mayo de 2013

X) LA DESERCIÓN DEL RUSO

Valeria ya se perdió por la puerta vaivén que da a la cocina. -¡Maldita lluvia!-dice Mónica mientras sacude su lacio, rubio y ahora pastoso cabello. -¿Pero dónde está ese espíritu romántico?- dice la Morocha Gris largando su risa socarrona. Gustav luce empapado de pies a cabeza, producto de una obstinada resistencia al paraguas en cualquiera de sus formatos. Más atrás emerge Claudio, que charla animadamente con Pérez, vaya a saberse si de Teilhard de Chardin o de las facturas que elegirían para el desayuno. Cierra el Ruso, circunspecto, pensativo. Casi irreconocible. El ritual de agrandar la mesa resuena hoy con más estridencia ante el espectro desolado del Splendid. Pronto todos están sentados y Valeria toma sin prisa alguna los pedidos de rigor mientras bromea con la Morocha. Es una pregunta casi protocolar. La moza conoce hábitos y costumbres de cada uno de los miembros del Club. Sabe por ejemplo que Mónica arranca con una lágrima, la Morocha con una Legui, Claudio con un cortado, Pérez y Gustav con una cerveza. El Poeta, salvo los viernes, con su clásico jarrito (solo café porque detesta la leche). Y el Ruso… -¿Cómo? –dice Valeria -Un café…pocillo- responde el Ruso. Todos se miran. ¿Será la lluvia? No hay viernes en que el Ruso no comience despachándose un whisky que prologa su relato vertiginoso y armado de gestos altisonantes. -Bueno…bueno… ¿Qué nos anda pasando hoy? La Morocha acaricia suavemente la espalda de Ruso y la acompaña un rumor zumbón que parte de todos los ángulos de la mesa. -Me voy El silencio resuena con énfasis en el desierto de esta noche lluviosa del Splendid -Hoy es la última noche que vengo…bueno…. ¡La última! – dice el Ruso abriendo los brazos y pareciéndose más al Ruso de todos los viernes. No sé…supongo que alguna vez me daré una vuelta… La mesa en pleno, muda, impávida, contempla al Ruso. Si hasta Valeria cuando reparte vasos y pocillos parece estudiarle la expresión contrita, se diría fastidiada. -Mirá Ruso –dice Pérez- No sé porqué, pero si pasó algo, podemos hablarlo ¿O no? -Lo que sea, Rusito –agrega Mónica alargando su mano hasta la del Ruso que la mira extrañado. -No…no es un problema…no me enojé con alguien… -¿Cambiaste los horarios de clase? –pregunta La Morocha interrumpiendo. -No, Negra…tampoco. Es que simplemente me voy. Se cumplió mi ciclo. -Así…digamos…de golpe…tuviste una iluminación –dice Gustav no sin cierta ironía. -¡No carajo! –se enoja el Ruso. ¡Estoy hablando en serio! Saca el primer cigarrillo de la noche y prosigue -Virginia. Nos vamos a vivir juntos -¡Pero eso es una noticia de puta madre! –dice Pérez empujado por el murmullo festivo de la mesa... -¡Claro! –dicen superponiéndose Mónica, Claudio y la Morocha. El Ruso los observa con un dejo de emoción. Agradece y reparte palmadas, estrecha los brazos que se estiran hacia él y ríe ante el intento de brindis que ensayan en medio de las risas generosas Pérez y el Poeta Oscuro. -Buena Ruso –dice la Morocha – Pero decíme. Con Virginia se persiguieron durante meses. Fueron. Vinieron. Acá mismo lloraste aquella noche. ¿Te acordás? Porque todo parecía perdido. Y ahora que se encontraron, que por fin se encontraron… ¿Te vas? No lo entiendo. -Claro –acota Mónica - ¿Qué tiene que ver una cosa con otra, Rusito? El Ruso sonríe y se queda anclado en una expresión que no se parece a sus guiños compulsivos. La mirada perdida en la ventana, los dedos jugando con el encendedor. -Lo que pasa es que ahora los viernes a la noche Virginia quiere que nos tomemos un tiempo…que se yo…cine… comer juntos, quedarnos en casa. Pero ella y yo. ¿Entienden? No se ofendan pero yo también tengo ganas y necesito eso…necesito disfrutar de una cercanía que tuvimos pocas veces. -Está bien Ruso. Por ahí necesitás un tiempo. Unas vacaciones del Club para disfrutar de lo que tantas veces añoraste en tus escritos. Y ahora que lo pienso…a nosotros tampoco nos vendría mal…últimamente estabas un poquito monotemático – dice Gustav y ríe con ganas. El Ruso le clava una mirada hostil -¿Qué querés decirme? ¿Qué los tenía cansados con mis textos? -Bueno…cansados…no seas susceptible –replica Gustav. -¡Andá a cagar! ¿Vos me estás diciendo que te jodía siempre con lo mismo? ¡Decílo…dale! Gustav empalidece y replica -Che Ruso…nadie dijo eso. Pero convengamos en que los amores desairados con Virginia eran el centro de tu universo. -¡Y sí! ¡Y sí! ¿De qué querés que escribiera macho? Virginia fue una herida abierta que dolía y mucho. Una pequeña tormenta en el Club nunca se sabe qué destino puede elegir. Claudio lo sabe y su espíritu mediador está lo suficientemente entrenado para ingresar a la cancha cuando en el partido se reparten más patadas. -A ver…Rusito…Gustav…los dos tienen razón pero están encarando mal el asunto. Nadie de los que están en esta mesa se caracteriza por escribir cuentitos de hadas. Lo que cabe para el Ruso, cabe para todos. Y si no fijate las lecturas que tenemos de referencia cuando no hay producción propia: Vallejo, Rimbaud, Pizarnik, Borges, Kundera…el Poeta casi siempre trae su Ciorán de bolsillo, Kafka, Sartre, Arlt. Mónica trae al Cortázar de “Circe” o “La autopista del Sur”. Pérez a Discépolo, Marechal y Dylan Thomas. Vos Gustav a Gelman. La Morocha a Onetti y a Idea Vilariño. Yo, a Miguel Hernández… Mientras Claudio diserta con su habitual poder hipnótico nadie alcanza a advertir que Tony ha regresado al bar (su noche de amor en la cuatro por cuatro de la blonda muñeca ha tenido ,en apariencia, un final abrupto o poco feliz) y se ha sentado junto a ellos. Parece ausente pero allí se obstina, siempre fiel a su ginebra. -Sí Claudio. Estamos de acuerdo –se atreve Mónica – pero también es cierto que lo del Ruso es algo personal. Él puede tomarse una distancia y volver cuando quiera y escribir sobre lo que quiera. ¿Quién te dice que no vuelva y nos sorprenda con unos poemas de amor luminosos? -Todo puede ser –dice Claudio mientras la mesa interpola sus comentarios -No sé…tal vez…seguro…hay algunos mitos…lo que pasa… Las frases chocan entre sí y todos parecen tener su palabra afilada y lista para tallar en la carne de esta noche lluviosa y sin estrellas. Hasta que Tony, con esa voz de trueno, golpea la mesa con su mano callosa y exclama visceral y grotesco -¡Pero qué carajo! ¡El tipo se va porque está contento…se va porque encontró lo que buscaba! ¿Está enamorado y lo corresponden? ¡Y bueno! Como decía mi vieja amiga Sil, el amor es maravilloso…si te va bien. La mierda aparece cuando te va mal. ¿De qué quieren que escriba si es feliz? Ronco ,el silencio agazapado detrás de la lluvia que se empecina y percute en los oídos, se estrella contra el ventanal, contra los recuerdos, contra una pena sin nombre. O una verdad que se erige en medio de un páramo de incertidumbres. Las palabras del Negro Tony quedan vibrando como una cuerda que se extingue en su mejor nota. El Ruso abre los ojos, arquea las cejas en ese además típico de tantas noches. -Que se yo…puede ser así Negro. Igual no voy a perderme. -¡Claro! – irrumpe Mónica- Igual el discurso de Tony es muy arbitrario…hay escritores como Joyce… Tony la interrumpe brutalmente. -¡Joyce! ¿El que escribió ese mamotreto sobre el Ulises y destrozó la historia? No piba…el arte tiene que sangrar como dijo Piazzolla…ya te conté la anécdota de Trelles ¿Te acordás? -Si Negrito…la contaste muchas veces – resopla Mónica con un acento de fastidio -¿Ah sí? ¡Mirá vos! ¿Y te jode escucharla? ¿Qué es lo que te jode? ¿Cuestiona tus principios académicos más puros? -¡No! Solamente pienso que el hecho estético puede tener infinidad de disparadores y caminos…el tema es no volverse tan obtuso… ¿No te parece? – refuta Mónica decididamente molesta. Tony se vuelve a servir. Según su teoría, ya explicitada, las ideas se aclaran después del quinto vaso de ginebra. Atendiendo que lleva tomados una docena, el oscuro cantante de blues se halla en inmejorable situación para la discusión. -¡Ja…Ja…! ¡Cómo les jode a los intelectuales críticos que les copemos el rancho! Ustedes son las ratitas del arte y nosotros los que lo parimos en los escenarios, en la tela mugrienta de nuestras obsesiones, en la página temblorosa de todas las desdichas! ¡Vaya m´hija con su amigo Jakobson! ¡Vaya con San Bajtín y sus contextos! ¡ Vaya con Todorov y la imposibilidad de escapar de lo fantástico! ¡ Vaya con San Barthes …al menos habló de la muerte del autor…ja...ja! ¡Mirá vos con el Rusito casi que se cumple! -¡Y no será que vos –explota Mónica- en vez de discutir lo único que sabés es vomitar las borracheras de tus lecturas! -Epa..epa…-dice Tony con una suavidad fingida e hiriente- mejor será que vayas a ver tu psicólogo de turno, muñeca…Estás muy nerviosa…mirá que el Negro Tony te puede sacar los nervios también..¿Eh? ¡Ja ja! -Tony – interviene el Ruso- no quiero quilombos justo hoy y por mi culpa. -A vos ya te dije Rusito…andate…andate tranquilo…gozála y no te calentés…mientras seas un hombre satisfecho no cazás una lapicera en tu puta vida…! El Ruso siente el impacto. Se pone de pie -Bueno. Ante la insistencia del amigo Tony, me retiro. -¡Pará Ruso! –exclaman al unísono la Morocha, Pérez y Claudio. -¡Rusito! – se suman el Poeta Oscuro, Gustav y Mónica. Pero no hay manera de detenerlo. El Ruso toma su saco y apura sus pasos hacia la salida. En la prisa, se deja el encendedor y los cigarrillos. -¡Eh! – grita Tony agitando en el aire los objetos- ¿Es un premio consuelo para los que vamos seguir perdiendo?

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