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sábado, 28 de noviembre de 2009

VIII) VERÓNICA

Cae una lluvia penetrante y la espera se presagia lenta, morosa como el tiempo que los hombres no miden según los usos horarios de sus miserias cotidianas.
El Poeta Oscuro ha llegado tan temprano este viernes, que aún a él le asombra el paisaje austero y familiar del Splendid, los bullicios que la sociabilidad dispara sobre las mesas.
Es el paisaje de los que en un par de horas saldrán a ganarle a la noche, los que han trazado en su camino funciones de cine o recitales o maratones en alguna disco.
Verónica se acerca asombrada y le pregunta
-Poeta ¿Vas a cenar acá?
-¿Vos que harías ?
La joven moza no puede ocultar su risa
-¡Ah…Yo no estoy aquí para dar esa clase de opiniones!
El Poeta la mira detrás de su sonrisa triste
-¿En serio? ¿Va contra las normas de la casa? ¡Qué lástima!
Verónica intenta salir del absurdo, del asombro y de la súbita inquietud que cosquillea en su voz siempre armoniosa y suave.
-Puedo darte algunas sugerencias…si querés.
-Adelante –dice el Poeta
La moza toma la carta y comienza a recitar, no sin un dejo irónico, los nombres previsibles del menú del día, que de todas formas lucen en los cartelitos transparentes de promoción.
El Poeta la interrumpe y le dice
¿Puede un cliente de este bar no tener ganas de cenar su soledad?
La mujer lo mira. Sus ojos son ahora profundos e indagatorios.
-Puede. Pero es una lástima…¿Lo de siempre, entonces?
-Que así sea.
Cuando la ginebra reposa en la mesa, el Poeta comienza a revisar sus textos, siempre desordenados, caóticos. Escritos, que a veces ni él puede descifrar a la hora de tipearlos.
Súbitamente, hace su entrada Tony. Es evidente que la lluvia empuja a todos hacia el bar.
Allí está Tony, pegado a la puerta que acaba de cerrar con un rápido movimiento. Su ambo negro parece una prolongación de su larga cabellera enrulada, generosamente húmeda.
Advierte al Poeta y una amplia sonrisa se le dibuja bajo su ancha nariz surcada por las infaltables lentes negras.
-¡Hola Poeta! ¿Puedo?
Siempre prudente Tony. Sus andanzas de borrachín belicoso no han podido con esos modales de dandy que ensaya sin falsas posturas.
-Por supuesto Tony ¿Cómo va?
-Acá andamos, Poeta, siempre con “este maldito asunto de vivir” –dice Tony y ríe con su voz cavernosa.
Verónica irrumpe, en su rutina obligada.
-Hola Tony ¿Vas a comer algo?
-¡Hola muñeca! –dice Tony- Me encantaría pero tengo dos problemas muy serios…a ver si vos podés ayudarme.
Verónica trata de ser amable pero no puede evitar que un dejo de fastidio se escape de su respuesta.
-Parece que hoy todo el mundo ha venido a pedirme consejo…
El Poeta no se da por aludido y repasa sus papeles. Tony replica.
-¡Epa preciosa! ¿Qué sucede ? Mirá…lo mío es muy simple. A mí me encantaría invitarte a cenar en un lugar más íntimo…más acorde con tu belleza…pero no tengo un mango. Así que, te imaginás…¡Eso me deprime! Y me quita las ganas de cenar…
Los ojos de la moza lucen furiosamente inquietos
-Lo de cenar conmigo…imposible. Lamento tu depresión Tony. Así que decime qué vas a tomar…
-¡Lástima! Que sea un whisky doble, entonces. Pero prometeme que lo vas a pensar…
Verónica se aleja. Su enojo persiste en el aire.
Tony la observa con inocultable desparpajo
-¡Mirá Poeta! ¿No tiene el mejor irse de todas las épocas del Splendid?
El Poeta sonríe en silencio.
-¡Vamos Poeta! ¿No tiene un culito precioso? Y bueno…Dios le da pan….
El Poeta lo mira gravemente y le dice
-¿Qué me querés decir exactamente, Tony? Soy un poco lento para estas cosas…
Tony lo mira entre burlón y compasivo y le dice
-Nada Poeta…dejalo así.
Verónica regresa. Su actitud aún delata un extraño ofuscamiento. Deja el whisky sobre la mesa. Y cuando se quiere retirar, Tony la toma del brazo.
-¡Gracias amor! ¡Y no te olvides…pensalo!
La mujer es ahora una explosión de nervios apenas contenidos, pero con una clase que envidiarían las mejores actrices, se las ingenia para soltarse bruscamente sin que nadie lo note. Y en un mismo gesto, apoya sus dos manos sobre la mesa, se inclina levemente y le dice a Tony
-Ni en pedo. Y por favor ¡No me jodas más!
Tony y el Poeta se miran asombrados. La dulce Verito, la moza tímida, simpática, seductora, la bella morena que transita con sus pies ágiles los pasillos del Splendid, acaba de arrojar su flecha envenenada.
Los hombres beben en silencio. Tony luce apesadumbrado y el Poeta no sabe bien qué decirle
-Bueno, Tony. Es así. A vos no te va mal con las mujeres, che….
Providencial la frase del Poeta, porque en ese instante, también empapada por la lluvia, entra una de las tantas amigas solitarias de Tony, una rubia madura y escultural.
-¡Salvado! –dice Tony. Aquí llegó una de esas señoras que se aburren mucho con su marido. ¿Me disculpás, Poeta?
-La noche es toda suya, amigo.
Tony se pone de pie y saluda con cortesía al Poeta. Luego se aproxima a la mujer. Ambos se refugian en un rincón de la barra. La mujer ríe. Tony es capaz de hacer reír al mismísimo muerto en un velatorio. Aunque hoy haya tenido una fea patinada…
El Splendid luce ya el panorama acostumbrado de los viernes a la noche. O casi. Porque si bien es viernes y es la hora de los vencidos, la lluvia se ha hecho torrencial e impiadosa. Los alegres comensales han fugado hace rato, pero los nativos de la oscuridad no han llegado. Es extraño el paisaje.
Tony y la rubia se han instalado en una mesa, en los prolegómenos de lo que será una noche de amor en la cuatro por cuatro de la mujer.
Hay algunos pobladores dispersos. Pero ningún habitante del Club se ha hecho presente. El Poeta revisa sus textos, pero en un momento, levanta la vista y la observa. Verónica está muy próxima, detrás de él, mirando la lluvia a través del ventanal.
El Poeta se decide y le dice
-Ya sé que no es norma de la casa…
La moza, sin dejar de mirar por la ventana, lo interrumpe
-Tampoco la pavada, Poeta.
-Bien. Creo que esta noche estaremos más solos que nunca, Vero.
-Vos siempre estás solo, Poeta.
-¿Y vos?
-Creo que tenés razón. No estoy aquí para dar opiniones ni para hablar de mí…es norma de la casa…
-Pero estás sola
-Sí. Estoy sola.
-Todos estamos solos, Verónica
-Pero a veces estamos más solos…¿No?
El Poeta la mira con asombro
-¿Conocés a Idea Vilariño?
Verónica se acerca a la mesa
-Te oí el otro día recitarla
-¿Te gustó?
-Me compré un libro “En lo más implacable de la noche”.
Verónica sonríe. En sus ojos también se anida una tristeza que cuenta las horas sin prisa, que lleva en el peso de los años jóvenes una herida abierta desde la gestación de su grito, desde sus tropiezos en la calle de la infancia, desde la pequeña orfandad del hogar, o en su rebeldía adolescente.
-Dice con palabras muy despojadas….las cosas más terribles.
-Estoy de acuerdo -el Poeta trata de buscar ahora en el libro, ese verso que tiene marcado. Lo encuentra y comienza a leer
-“Como asombrarte/ Si no hago en la vida/ mas que esperarte”
-Es devastador….
-Dice lo justo. Nada sobra en sus versos. Y dice lo que muchos no quieren leer.
-Es que hay cosas que muchos no quieren ver Poeta….
La lluvia arrecia. La plaza es un desorden de líneas amorfas, diluidas en la trampa borrosa del ventanal.
La puerta que da sobre la esquina de Avellaneda y Avenida Meeks se abre y los miembros del Club ingresan, recién salidos de la boca de un monstruo desapacible.
-Bueno Poeta…no estamos tan solos.
Hace un silencio y agrega
-Al menos vos…
Verónica termina de decirlo y se aleja, perdiéndose en el portal que da a la cocina.

Hugo Celati (2009)

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