-Puede cliquear sobre el volumen para que la música cese-

domingo, 11 de octubre de 2009

VI) JEAN VALJEAN EN EL CLUB DE PERDEDORES

Salud amigos. Bienvenidos al eterno cenáculo de las sombras. Aquí, entre las mesas del bar Grand Splendid, en la ciudad de Témperley, al sur del universo.
Los miembros del club avisaron con tiempo.
-Mirá Horacio que hoy tenemos visitas importantes.
Horacio mira a Ruso Sentimental y sonríe con una mueca de incredulidad.
-Está bien, Rusito…está bien.
No siempre ocurre, de modo que permítanme decirles que esta noche, el Club recibe a un ilustrísimo personaje. Su nombre transciende largamente la humilde fama de estos artistas desheredados, pero en un gesto que lo distingue, él llega aquí sin otro afán que el encuentro. Aquí está.
Ha hecho su entrada un hombre de largos y grises cabellos. Su aspecto parece confundirse a simple vista con el de algún mendicante de los tantos que suelen entrar a pedir agua o repartir estampitas. Horacio, el encargado sigue con atención sus pasos.
El hombre contempla a su alrededor, con aires de sobresalto y extrañeza. Carlos, el mozo y Horacio cruzan miradas, estudiando cada paso del hombre, quien finalmente se sienta junto a los miembros del Club, que hoy reportan asistencia perfecta.
Apenas lo hace, en la mesa se distingue la débil luz de sus eternos candelabros, mientras él, Jean Valjean, sonríe mansamente. Saluda con cortesía y rehúsa las insistentes invitaciones etílicas de Tony y de Gustav.
El Poeta Oscuro, le da la bienvenida.
-Lo escuchamos, Jean.
Valjean mira al Poeta y le dice
-Quizás ustedes se sorprendan al verme aquí. Pero caminando por los caminos de mi derrota, oí acerca de este lugar, dónde los vencidos se reúnen y al calor del vino, lloran en silencio su dolor.
El Poeta se siente halagado, no obstante lo cual replica
-Sin embargo, usted no parece en rigor un derrotado. Digo, no creo que haya perdido definitivamente su batalla.
Valjean ríe ahora sin mesura
-¡Pero cuánto de mí he dejado en esa pelea! Créame, amigo, que si he vencido, mi victoria es muy amarga. Cuando fui condenado, usted lo sabe, no había en mí nada impuro. Era una criatura desesperada, que robó porque su sobrino moría de hambre. Entonces, la ley me condenó. Desde ese momento, me convertí en un paria, en un desterrado para el cual no había ya oportunidad. Mi alma se endureció y cuando me arrojaron a la calle, después de veinte años, con ese papel infame que sellaba mi frente con el signo de los condenados, de los muertos en vida, comprendí el significado de la palabra libertad. Pero parecía demasiado tarde para volver a empezar. Por eso, cuando el Obispo de Digne me recogió de la calle, y me trató como a un hermano, yo sentí una nausea gigantesca. No podía yo entender que alguien quisiera ayudarme, y menos en nombre de algún principio humanitario. El bien y la ley de la sociedad ya me habían condenado. Y el Dios de esa sociedad, también.
- La Morocha Gris se decide a intervenir y dice
-Por eso robó la plata...
-Por eso, Ma Belle. Pero admito que el Obispo me devolvió la fe. Y no tanto por lo que ese Dios me devolvía, sino por el desafío que comenzaba a hacerme.
-¿Desafío?
-Así es. Yo no podía permitirle a nadie que me redujera a un número, que disolviera mi nombre en un papel. ¡Libertad temporal! Es gracioso. Se es libre o no se es libre. Ahora, a la distancia, Javert me parece demasiado ingenuo.
Gustav se atreve a interrumpirlo
-No hay rencores, entonces.
-Es que justamente lo que aprendí en casa del Obispo fue eso. No hay tiempo para esos rencores cuando todo lo que rodea a uno es el odio y la injusticia. Aquellos seres despojados de todo, aquella vida de esclavos, aquél maléfico espectáculo de un pueblo sin pan ni esperanza... no podía yo quedarme anclado en ese dolor. Todo era dolor, todas las heridas estaban allí, si usted quiere, las mías no eran más profundas que las de los otros. Recuerde a Fantine. Ella sufrió el peor de los castigos que una pobre mujer podía sufrir: el desprecio de sus compañeros de infortunio, que la arrojaron a la ignominia frente al despreciable capataz ¿Le parece poco el dolor de una madre que tuvo que entregar a su hija en manos de dos personas tan sórdidas como los Thenardier?
-Que parecen ser su contratara- dice Mónica
-Los Thenardier no tienen edad, usted comprenderá, señorita Mónica. Han existido siempre, porque siempre hubo quien ha pensado que no importa cómo, ni de qué manera... lo importante es salvarse. Pero los Thenardier no son los culpables de aquella gigantesca injusticia social. Es más, si yo no hubiera estado en medio de la tormenta, si no hubiera sido yo quién tuviese que rescatar a Cosette, tal vez hasta me parecerían graciosos. Ellos son, en todo caso, las otras víctimas de la miseria. Aquellos para los cuales no existe otro principio que su servil apego al dinero, y su primitiva sed de poder. ¡Unos pobres diablos!
-¡No les reprocha ni siquiera lo de Cosette!- se asombra Gustav
-No, amigo Gustav. Ni eso, ni el vil robo entre cadáveres, ni el asalto frustrado a mi casa en París. Amo demasiado a Cosette, para enturbiar mi amor con rencores tan rastreros. Cuando yo le prometí a Fantine que buscaría a Cosette hasta el fin de la tierra, advertí que no podía distraerme con sujetos como los Thenardier. Ni siquiera con Javert. Mi lugar estaba en otro lado.
-Por ejemplo en las barricadas- se entusiasma Pérez
Valjean se queda unos instantes en silencio. Luego lo mira. En sus ojos brilla una luz de grisácea transparencia
-Yo llegué a las barricadas porque me preocupaba la suerte de Marius. Por eso le pedía a Dios que lo salvara. Pero una vez allí. no pude sustraerme. El dolor y el rencor armado, tenían un aire tan seductor, después de todo, yo era uno de ellos.
-¿Y qué quiso demostrarle a Javert?
-¿Demostrarle? No sé. Yo simplemente hice lo que me correspondía, lo que no podía dejar de hacer. Y no siento que Javert haya quedado en deuda conmigo. ¿Cuál es el placer de la venganza? ¿En qué podía modificarme a mí, Jean Valjean, el acto de matar a mi perseguidor? Lo que sufrí, mi querido amigo, jamás se borrará de mi sangre. Pero no es la venganza lo que pueda redimirme. Además, Javert no es... no era mi verdugo. Mi verdadero enemigo era esa ley ciega y sorda, que él se empeñaba en defender con ese celo feroz. Si quiere, otro pobre diablo, diferente de los Thenardier. El otro extremo absurdo de un orden perverso.
-¿Cree que él se suicidó porque advirtió esto?
-Es probable. Pero no pudo superar el dilema. Es la suerte del carcelero: el sistema que defiende termina aniquilándolo también a él.
-¿Y Marius?
La niebla oscura parecía ocultar las líneas vigorosas de su rostro. Después de unos instantes, prosiguió
- Vea Pérez…Marius es mi hijo. Pero también es un sueño que se resiste a morir, a pesar de la sangre y del fuego, a pesar del dolor del adiós. Porque como él bien dice, las sillas y las mesas vacías, dónde los amigos ya no están, son éstas sillas y estas mesas.
-Curiosa forma de ser inmortal-dice el Poeta
-Curiosa forma, amigo Poeta.
El licor se dora al calor de las palabras y un tímido haz de luz juega sobre los bordes del vaso. Valjean mira por la ventana.
La plaza de Témperley está desierta. El Poeta Oscuro rompe el silencio.
-No hablamos de Eponine
-Es verdad. Supuse que ella es muy importante para usted. Tal vez, un poeta no pueda dejar de enamorarse de alguien como Eponine. Y está bien, porque ella es la heroína de los amores y los sueños imposibles. Ella murió por la causa de la libertad, pero antes que eso, murió por el hombre al que amaba. Después de todo, tal vez no haya nada tan revolucionario como entregar la vida por amor. Ella lloró su soledad sin pedirle a la vida clemencia alguna. Fue mujer hasta las últimas consecuencias, y el ardor de su cuerpo quedó malogrado sobre los adoquines de una barricada parisina. Eponine no podía ser para otro que no fuera Marius, entonces fue la novia enceguecida de la revolución. Así como el pequeño Gavroche no tuvo el amor de sus padres, ni el calor de un hogar, y la causa revolucionaria fue su madre y sus hermanos aquellos que dejaron su alma tendida entre el humo de las trincheras. Gravroche es la niñez moribunda que mendiga por las calles de todos los tiempos.
Las palabras son una espiral que oculta y revela. Todos han quedado en silencio, apenas acompañados por los recuerdos, esa presencia empecinada de lo que no está.
-Bueno, amigos , debo irme. Es tarde, y presiento que puede encontrarme
La Morocha Gris abrió los ojos adormilados y exclamó
-¿Quién?
-Javert, quién otro, Ma Belle…No, no se sorprenda. No termino de creer que él haya muerto. De todas formas, siempre habrá un Javert persiguiéndonos sin descanso.
Valjean se puso de pie y dijo
-Adiós amigos, gracias por escucharme.
-No nos agradezca. Tal vez no lo sepa, pero usted siempre será un blasón entre los perdedores- dice el Poeta
-Prefiero que me reconozcan como su amigo
-Qué así sea –dice el Poeta estrechándole la mano- y agrega:
¿Hay algo que pueda hacer por usted?
-Sí. Jamás olvide que mi nombre es Jean Valjean.
Dicho lo cual, se levanta y se encamina hacia la puerta, sin que Horacio, Carlos y Verónica, sin que los demás pobladores del Bar lo adviertan.
Estas cosas suelen suceder en el Club de Perdedores.
No sean incrédulos.
Tampoco se asombren.
En este club, no existe otro tiempo ni otro camino que aquel que se traza detrás de los sueños atormentados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario