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sábado, 3 de octubre de 2009

II) LA FAUNA SE CONFIESA

Ya hemos hablado de este brumoso cenáculo, de este club que recoge los lamentos y los sueños de algunos trasnochados. Lo que tal vez no dijimos, es que más allá de esa junta directiva conformada por la Morocha Gris, el Ruso Sentimental y el Poeta Oscuro, hay un importante número de acólitos, que viernes a viernes, participan del festín de los desheredados. Son los heridos en esa guerra perniciosa, a la que algunos poetas irresponsables y cursis, le cantan con versos que irradian una estúpida felicidad. El amor, señoras y señores, no es una fiesta a la que se llega y de la que se sale cuando ustedes lo deseen. Es más bien, una trampa. Quizás sostengamos la creencia en un paraíso, aún cuando lo que exista con inusitado vigor, sea la amenaza de eternizarnos en un Infierno, al cual seremos celosamente transportados por algún Caronte. El amor puede, en suma, ser tan maravilloso como perverso, y tal vez en ese juego de cara y cruz, resida su mágica fascinación.
Por eso, estas palabras quieren dar lugar a las otras, las que pueden escucharse en interminables noches de alcohol y confesiones. Sobre la barra, o en los altares de las mesas, hombres y mujeres dejan caer sus balbuceos y sus lágrimas.
En este rincón, el negro Tony, cantante y pensador. Después de la quinta ginebra, afirma que el pensamiento ensancha sus caminos “hay que terminar con los mitos puritanos, el alcohol aclara las ideas”. La voz del Negro, ruge sobre los blues desolados, que cuentan historias tristes, con hombres que sucumben ante mujeres frías y trepadoras, capaces de venderle al Diablo, su alma y el alma de todos los tipos que cometan la torpeza de enamorarse de ellas.
Infeliz historia la de Tony, abandonado por su único amor, quién prefirió la seguridad de un profesional, con aburridos fines de semana en los countries de zona norte, colegio bilingüe para los chicos, veraneos en Miami, y amantes discretos que ayuden a soportar tanto tedio. “Es que ella estaba hecha para volar a mi lado.¿Entendés?”, repite el Negro, y la frase se le empasta, enrojecida como sus ojos que fulguran sin admitir que existen damas a las cuales les importa volar sólo en la primera clase de American Airlines. La botella se vacía y Tony se enreda entre risas e insultos. Pero su verdadera distracción, no es la ginebra, sino las mujeres, a las que seduce con su estampa de chico desvalido, con la imposible ilusión de que alguna lo ayude a encontrar el olvido.
En un pequeño cono de sombra en el ángulo opuesto al del Negro, Mónica garabatea la hoja con trazos violentos. Su mesa desborda de pocillos. Hace dos años que trabaja a veces con su novela y en otras ocasiones con sus bocetos (Monica es artista plástica y escritora). En cualquiera de los casos, la serie se refiere a una sucesión de amores desencontrados, historias circulares, pasiones imposibles de consumar. Dibuja y borronea personajes, avanza y retrocede, con paso vertiginoso. Aunque con frecuencia, se detiene con la inmovilidad de un monje budista. Es que Mónica, suele caer fácilmente en las trampas que ella misma construye entre frases cinceladas. Esta mujer desafortunada, es víctima de sus construcciones artísticas. Así, es común que haya viernes en los cuales se la ve, solitaria como siempre, rompiendo las hojas en blanco, o tachándolas con ira. Son aquellos días en los cuales es más desdichada que nunca, prisionera de sus amores contrariados. Porque Mónica, como todas sus criaturas, suele enamorarse del hombre inconveniente. “Los tipos te dicen que sos inteligente, que sos distinta, que los hacés vivir, que sos demasiado para ellos, que a vos te eligen. Pero se quedan con la estúpida seguridad de sus esposas. O van a menos y eligen una mina tarada . ”, dice mientras la Morocha Gris, asiente con solidario rencor. Sobre el mostrador, Perez el músico iconoclasta, finge insolentemente detrás de sus bromas y sus risas marchitas. Pocos hombres, como él, acuñan tantas historias de ausencias. Perez supo animar fogones en la villa, allí por 1973, junto a sus compañeros. Fue célebre por esos tiempos, su himno “...y a los vendepatrias/ los vamo a dejar/ del rabo colgando”. Quién de aquellos dueños de la ilusión, no cantaba “Ahí vienen los villa”. Pero el cuento tuvo un final inesperado: el viejito no volvió, o volvió y no era el mismo, y hubo una tormenta, no una fiesta, y la muerte desoló los jardines. Y los villa se quedaron solos. Y Perez también. Ahora, separado de su mujer, se encuentra con sus hijos cuando puede. A veces, si la madrugada lo sorprende desarmado, se anima a rezar que los años de plomo, se llevaron mucho más que algunos seres entrañables.
“Nunca más fuimos los mismos” dice y se acomoda los lentes, mientras mira a cualquier parte.
En otra mesa, aislados del mundo, el Poeta Oscuro escucha las confesiones de Gustav, el pintor irreverente. Gustavo ha cometido, parafraseando a Borges, el peor de los pecados: tiene talento y no se deja seducir por los caprichos de la moda. También escribe con gran elegancia y cinismo. Pero esta noche, los amigos no están empeñados en resucitar el proyecto del Astrólogo de Arlt, sino que la conversación ronda por otras intrincadas sendas, mientras vacían sus vasitos, dorados de Legui, brillando en la noche como las luces difusas de la calle. Gustav se queja con amargura de ciertas conductas femeninas. Es que, mis amigos, los amores no correspondidos suelen encender estos comentarios, aún cuando para mucha gente, sean el producto de una cultura misógina y machista, sin comprender que el dolor no tiene ideología. “Las minas te dicen que no, pero que sos un dulce. Cagaste cuando te dicen que sos un dulce, porque es como si te dijeran, sos un tipo bárbaro, pero en la puta vida me voy a enamorar de vos”, se le escucha decir a Gustav, mientras su amigo sonríe, convencido de que no puede haber frase más luminosa en esta noche, y que muchas veces, ni en el verso mejor construido, pueden explotar los sonidos de la verdad con tanta fuerza, como en ciertas frases profanas.
Así transcurre el tiempo en el Club de Perdedores. Cualquiera de ustedes puede verificarlo, bastará que se acerquen. Ya conocen el camino, ya saben dónde se albergan la noche y sus heridas.
Sobre las mesas, en la ruleta rusa del estaño, hombres y mujeres descifran el silencio, mientras fuman sus secretos, mientras beben los licores lujuriosos del deseo. Gesticulan, braman, lloran, ríen o permanecen quietos e insondables. Lo sepan o no, nada de lo que hagan o digan, podrá librarlos del estigma del amor. Están condenados. Y jamás serán absueltos por el olvido.

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